Los catalanes que conquistaron California

La fundación The Hispanic Council recupera la historia de la compañía de voluntarios que envió Carlos III a defender el litoral del Pacífico hasta Alaska

Estatua de Gaspar de Portolá, en Balaguer (Lleida).
Estatua de Gaspar de Portolá, en Balaguer (Lleida). Diputació de Lleida

El casi siempre apacible rostro de Carlos III se contrajo nada más leer el informe de los espías: Rusia estaba a punto de invadir California, aquellas deshabitadas tierras al norte del Virreinato de Nueva España y que habían sido descubiertas dos siglos y medio antes. El monarca convocó de urgencia al duque de Aranda, a Jovellanos, a Floridablanca y a Campomanes. Acordaron ocupar definitivamente esas tierras y que José de Gálvez fuera el encargado del plan. Gálvez no lo dudó: la fuerza militar la encabezaría el catalán Gaspar de Portolá y Rovira. ¿Sus hombres? La Compañía de Voluntarios de Cataluña, una expedición formada por “naturales de la Corona de Aragón, con preferencia de Cataluña”. Habían sido entrenados para enfrentarse a las belicosas tribus indias. Su sorprendente historia ha sido ahora recuperada en una publicación de la fundación hispanoestadounidense The Hispanic Council titulada Gaspar de Portolá y otros catalanes de la historia de España en Estados Unidos, del historiador Borja Cardelús.

Nada más asentarse en el actual México, Hernán Cortés decidió explorar el inmenso mar que se extendía al oeste y que Fernando de Magallanes había bautizado como océano Pacífico. Así se descubrió la Baja y Alta California. En 1542, el marino Juan Rodríguez Cabrillo avistó, más al norte, la bahía de San Diego. Su sucesor, Bartolomé Ferrelo, llegó hasta Oregón. En 1602, el extremeño Sebastián Vizcaíno partió con una flota de tres naves para llevar a cabo “un registro minucioso y cartográfico del litoral”. Concluyó que la bahía de Monterrey (EE UU) era un lugar “muy favorable” para un emplazamiento militar. Sus mapas fueron guardados en secreto para evitar que cayeran en manos inglesas. A partir de entonces, el interés de España por aquellas tierras decayó.

La expedición militar —y religiosa— de Carlos III empleará en 1768 los viejos mapas de Vizcaíno para hallar Monterrey y levantar allí un asentamiento permanente desde el que conquistar —y evangelizar— California. El capitán Portolá y sus voluntarios catalanes encabezarán la expedición militar y fray Junípero Serra, la religiosa. Pero tras un año y medio de camino —“los víveres escaseaban de manera ostensible y en condiciones cada vez más penosas”—, la bahía de Monterrey seguía sin aparecer. Llegaron a la conclusión de que Vizcaíno se había equivocado o que la rada había desaparecido. Había que volver a México si no querían morir de hambre. Fray Junípero Serra se negó: “Los indios no podían quedar sin evangelizar”. Portolá y el fraile discutieron acaloradamente. El primero le dio cuatro días más. Una vez pasados regresarían por ser “insostenible el reguero de muertos que dejaba la hambruna”.

Al cuarto día, cuando ya preparaban la vuelta, en el horizonte apareció el San Antonio, cargado de provisiones. Poco después, hallaron Monterrey, “en el lugar exacto y preciso dibujado por el excelente mapa de Sebastián Vizcaíno”. Gaspar de Portolá fue nombrado gobernador de Puebla de los Ángeles (México), luego teniente del rey en Lérida. Murió en 1786 con una hoja de servicios donde se lee: “Desempeñó lo que se le mandó y tuvo valor y conducta”.

Representación de un soldado de la Compañía de voluntarios catalanes. Su uniforme era azul, con la vuelta amarilla, obra de Augusto Ferrer-Dalmau.
Representación de un soldado de la Compañía de voluntarios catalanes. Su uniforme era azul, con la vuelta amarilla, obra de Augusto Ferrer-Dalmau.

La Compañía de Voluntarios de Cataluña fue fundada en Barcelona en 1767 y fue destinada a Nueva España por su valor ante “la belicosidad de algunas tribus indias”. Sus jefes y soldados procedían, según su reglamento, “con preferencia de Cataluña, admitiéndose en su defecto de las demás provincias de España y Europa”. Su comandante Pedro Alberni, de Tortosa (Tarragona), llegó a establecer la soberanía española en Alaska.

El estudio de The Hispanic Council termina señalando que “no pocas veces se ha repetido que la aventura americana estuvo reservada a los súbditos de Castilla, con exclusión expresa de los pertenecientes a la Corona de Aragón. Nada más incierto porque la nómina de los catalanes en el proyecto de América es inmensa”.

Fuente: https://elpais.com/cultura/2020/02/04/actualidad/1580829723_724633.html

Carta de José María Carrascal en el periodico de derechas ABC sobre el asunto de Cataluña

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CATALANIZAR ESPAÑA

No se asusten. No se trata de abogar por el dominio del catalán sobre el resto de los españoles; no se trata de sustituir la hegemonía madrileña por la barcelonesa. Además , dudo que a los catalanes les interesase. Los catalanes perdieron, hace mucho tiempo, sus ambiciones hegemonistas – más o menos desde aquel episodio fulgurante de los almogávares – y desde entonces se han dedicado a su propio florecimiento, en vez de malgastar energías en subyugar a los demás.

Tal vez porque fueron los primeros, entre los pueblos de Europa, que comprendieron que imperialismo es contrario a democracia. Hay que temer muy pocas cosas de los catalanes, y la que menos, afanes de señorío.

Lo que aquí sugerimos es cosa muy distinta y más profunda: que la catalanidad pase a ser parte operante del alma española, hasta ahora no fecundada por ella: que el hecho catalán no se reduzca a aquella esquina, sino que se incluya en el resto de la nación, no para aplastar lo que es genuino de cada tierra, sino para ensancharlo, potenciarlo y enriquecerlo, haciéndolo más apto para la nueva situación que España inicia.

Una de las mayores desgracias que ha sufrido nuestro país, es lo que ha venido presentándose como «espíritu español», apenas impregnado de catalanismo, cuando debería haber sido uno de sus ingredientes principales. Bien distinto nos hubiera ido, muchas desventuras nos hubiésemos ahorrado, de haber ocurrido así. Pues pudo haber tiempos en que, para ser algo en el mundo, lo mejor era descabezar moros, cruzar cordilleras o conquistar imperios con una docena de hombres.
Pero esos tiempos han pasado hace muchos siglos, y al empeñarnos en sujetar el alma española a
tales características, la hemos empequeñecido, mutilandola y haciéndola poco apta para las nuevas circunstancias.

No recuerdo quién dijo, que la única forma de hacer una nación moderna de España, era llenar el país de suizos o ingleses. ¡Y eso teniendo al lado a los catalanes! ¡Qué ceguera ¡ ¡Qué desatino!

Cataluña ha sido la gran desconocida para el resto de España; desde luego más desconocida que Francia, Italia, Inglaterra o la misma Alemania. Se conoce más la literatura rusa que la catalana, y nuestro conocimiento de Cataluña, está hecho a base de cuatro lugares comunes, todos ellos erróneos cuando no agraviantes.

Sólo los que, por azares de la vida, hemos tenido la suerte de que nuestras familias fueran a residir allí, pudimos darnos cuenta de las enormes diferencias que hay, entre lo que se cree en el resto de España que son los catalanes, y lo que son en realidad.

España no tiene que ir fuera de sus fronteras a buscar virtudes cívicas modernas: las tiene dentro de ella misma en Cataluña, y no me refiero sólo a la laboriosidad, al sentido organizador y de empresa, a la iniciativa. Me refiero a algo más valioso y raro: a la mezcla de tradición y modernidad que hace a los países a la vez estables y dinámicos, al espíritu de cooperación, sin el que una nación no pasa de reino de taifas; al respeto a la intimidad ajena, algo prácticamente desconocido en el resto de España, y que tal vez sea la cualidad más preciosa del espíritu catalán. Todo ello lo necesita España, hoy más que nunca, pues es con esos mimbres con los que se teje auténtica democracia.Sin ellos de poco sirven Constituciones, partidos, urnas.

Cataluña viene adelantándose durante los últimos siglos al resto de España, y la gran tragedia de ésta ha sido no seguir la dirección que le marcaba la que, a fin de cuentas, era su avanzadilla europea. ¿Ocurrirá otra vez algo parecido? ¿Se construirá la nueva democracia española con la colaboración de los políticos catalanes, o seguirá ignorándoseles? Y cuando hablo de políticos catalanes no me refiero a los de allí nacidos, para pasar luego por el filtro de Madrid: me refiero a los catalanes cien por cien, gentes que nos digan las cosas un poco bruscamente, sin rodeos: que nos transmitan su sentido común, su instinto práctico, su conciencia de responsabilidad individual y colectiva. Algo que estamos necesitando cada vez más angustiosamente.

Cuando oigo decir a personas sensibles, inteligentes, que Cataluña no puede separarse «porque el Ejército no lo permitiría», siento como un puñetazo en plena cara. ¿Pero todavía estamos con éstas? ¿Todavía no hemos aprendido?

No. Cataluña no puede separarse porque la necesitamos, hoy más que nunca, y hay que decírselo cuanto antes, bien alto, sin rubores, sin vergüenzas.

Necesitamos no sólo su industria, su arte, su organización, su modernidad, sino también su espíritu, su ejemplo, sus líderes, su «seny».

Y espero que ella también nos necesite a nosotros, para ser algo más que un rincón delicioso, cultivado y pintoresco en el Mediterráneo, y proyectar continentalmente, a través de España, el espíritu catalán, que todavía tiene mucho que decir en esa Europa por hacer.

José María Carrascal
Periodista de «ABC» (Madrid)